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viernes, 1 de julio de 2011

Una dictadura selectiva

Una dictadura selectiva
Hermann Bellinghausen






No se trata de hacerle a México la fama, que no merece, de tener dictaduras perfectas, como acuñara en 1990 un protagonista del auge novelístico latinoamericano (y hasta sus amigos lo contradijeron), pero no queda sino reconocer que padecemos hoy una dictadura de nuevo tipo, la cual puede llegar a no parecerlo para sectores amplios, sensibles, influyentes. Una dictadura donde se pueden escribir artículos y reportajes denunciándola sin caer en prisión porque, queremos convencernos, hay una cierta democracia; imperfecta, transitiva, en construcción, lo que sea, pero nos aferramos a la creencia.
Hombre, hay un abanico de partidos políticos de izquierda, centro y derecha, chile verde y manteca de la maestra; elecciones com-pe-ti-ti-vas con reglas, presupuesto y un acceso a los medios que consume buena parte del presupuesto. Los protagonistas se pueden dar con la cubeta y terminar del brazo celebrando sus travesuras en el Congreso, el IFE, los palacios de gobierno. Los candidatos a candidato de todas las fuerzas partidarias se dan baños de multitud y los granaderos no los gasean por más vitriólicos que sean sus discursos opositores. No dirían lo mismo las resistencias indígenas, pero bueno.
Hay una capa, no pequeña y bastante operativa, de lo que podríamos denominar intelectuales-artistas-escritores-científicos-intérpretes. La pasan aceptablemente bien. Lo suficiente para escribir sobre la felicidad doméstica o elaborar temas abstractos, investigación empírica, nostalgias deliciosas, sin reparar en el régimen autoritario, corrupto y de excepción bajo cuyo alero publican, filman, montan, son premiados y estimulados. La estimulación material no alcanza para todos, pero entre los que la obtienen y los que aspiran se junta un buen número de gente creando o investigando sin más cortapisa que sus propias mediocridades. Y si a algunos les entra conciencia, se alocan y se ponen a denunciar y marchar, pues muy su gusto. Por burlarte del sistema, desdeñarlo o caricaturizarlo nadie te molesta. Nada de aquellos desaparecidos del Cono Sur, la Europa nazi, la Europa soviética, el Egipto de Mubarak. Nada de cortarle las manos al trovador o torturar poetas. Nuestros 12 millones de exilados son económicos, tuvieron la libertad de irse, ¿no?
Existe registro de unas clases medias nos dicen que numerosas, una masa crítica de consumidores, una audiencia de millones para el entretenimiento electrónico. Y como cereza de tantas libertades, una casta de más de un millón de felices millonarios. Quizá todos sospechen que esto es frágil, que puede salirse de madre, o venir otro golpe de mano del poder invocando el orden, ya que no por la unidad, sí por la seguridad nacional. ¿También vendrán por nosotros? Como diría una avestruz, no es cool pensar en eso.
Democracia y libertad de expresión coexisten con cárceles a reventar (funerarias, servicios de urgencias). No es dictadura, pero los policías (soldados, marinos) pueden manosearte los chones al abordar el micro, detenerte en cualquier metro cuadrado del país, encañonarte, interrogarte, bajarte, maltratarte. Meterse en tu casa, sembrarte y cosechar, sólo porque vives en el barrio equivocado. Intervenir tu teléfono.
Entre muertos que aparecen y vivos que desaparecen, ostentamos cifras escalofriantes, fama y récord ya mundiales. Decenas de miles de víctimas. Centenas de miles de hijos, hermanos, esposas, madres y padres que penan en las comisarías y reciben burlas, amenazas de también investigarlos, portazos. Se ha perdido el derecho a la presunción de inocencia, así que ni le muevan.
Crecen las evidencias, que se filtran bajo el maquillaje y lo traicionan, de que operan escuadrones de la muerte. En nombre de la gente de bien se oferta la limpieza social. Los falsos positivos engordan deliberadamente la cuenta de cuerpos. Si hay guerra (no, combate; no, lucha), es para proteger nuestra seguridad y las libertades citadas arriba.
Nadie niega que bandas organizadas de criminales establecieron formas de control territorial, tributario y emocional, y juegan a la masacre con estúpido frenesí. Significan otra tiranía, que paradójicamente les funciona de pelos a quienes administran su persecución. Personeros y socios de estas bandas gozan de visibilidad legal en partidos, industrias, bancos, monopolios del espectáculo, más libres que Paris Hilton para pasearse en el yate indicado. La impunidad en México es buena para los negocios.
¿Hay una guerra allá afuera? Que siga la fiesta. Según la propaganda todos somos de clase media. Y pareciera dominar la cobardía social que retrató Bertolt Brecht en su poesía después de 1930.
Por debajo de esas líneas de flotación, millones de mexicanos viven en condiciones, sí, dictatoriales. Aunque cambiemos el nombre. Si vinieron por el vecino, en algo andaría. Si le robaron la hija, pues mala pata. Si identificaron sus huesos, menos mal, tendrá entierro como Dios manda, los hay que ni eso.

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