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miércoles, 1 de febrero de 2012

LENGUAS DE MÉXICO

¿Por qué te miro así tan abatida,
pobre flor?¿En dónde están las galas de tu vida
y el color?
 
Manuel Acuña
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Dime, ¿por qué tan triste te consumes,
dulce bien? ¿Quién?, ¡el delirio devorante y loco
de un amor...
 
Manuel Acuña
Las lenguas habladas en México son numerosas, incluyendo las decenas de lenguas indígenas y las lenguas de otras procedencias. México es la nación hispanohablante más poblada del mundo, con sus 103,2 millones de habitantes, de los cuales la gran mayoría habla el idioma español. Constitucionalmente, no existe una declaratoria oficial que haga de esa lengua de filiación latina la lengua oficial del país, que de facto ocupa ese papel.

Desde 1992, la Constitución Mexicana define al país como nación "pluricultural", en reconocimiento de los pueblos indígenas. Oficialmente el gobierno reconoce a 65 lenguas indígenas, que de acuerdo con la Ley de los Derechos Lingüísticos del 2001, "lenguas nacionales" en igualdad de condiciones con respecto al español; esto es, con la "misma validez en sus territorios". Así, por ejemplo, a partir del año 2005, el gobierno ha oficializado la traducción del himno nacional a las lenguas indígenas.

La clasificación de las lenguas indígenas habladas en México tiende a agrupar dialectos de la misma familia, aun si estas llegan a ser ininteligibles entre sí (por ejemplo, el gobierno reconoce al náhuatl como una sola lengua, aun si las variaciones dialectales que hablan los nahuas de la Sierra de Puebla, y los nahuas de Morelos son significativas). Por ello, algunos lingüistas tienden a elevar esta cifra a más de 100, clasificando a estos dialectos como lenguas separadas.

La población hablante de lenguas indígenas en México no es conocida con precisión. El censo del INEGI señala que se trata de alrededor de seis millones de personas, pero el dato corresponde sólo a los mayores de cinco años. La población étnica indígena fue calculada por la CDI en 12,7 millones de personas en 1995, lo que equivalía al 13,1% de la población nacional en ese año (1995). A su vez, la CDI sostenía que en 1995, los hablantes de lenguas indígenas en el país sumaban alrededor de siete millones. La mayor parte de esa población se concentra en la región centro y sur del país.
Aunque como se ha señalado antes, no existe una declaratoria legal que lo convierta en lengua oficial, el idioma español es la lengua más extendida en el territorio mexicano. Su uso en los documentos oficiales y su hegemonía en la enseñanza estatal lo han convertido en un idioma oficial de facto en México, y poco más del 99% del total de los más de 103 millones de mexicanos lo emplean, ya como segunda lengua o como lengua materna.

El español llegó al territorio que actualmente conocemos como México acompañando a los conquistadores hispanos en las primeras décadas del siglo XVI. Sin duda, los primeros contactos entre los hablantes de las lenguas indígenas de la región y los hispanoparlantes se dieron a raíz del naufragio de dos marinos españoles. Uno de ellos, Jerónimo de Aguilar, se convertiría ulteriormente en intérprete de Hernán Cortés.

A partir de la penetración española en el territorio mexicano, el idioma español fue obteniendo una presencia mayor en los ámbitos más importantes de la vida. Primero, en Nueva España, fue elevado a la calidad de lengua oficial y única de la administración hacia el siglo XVII, aun cuando en los primeros años después de la Conquista se permitió el uso de las lenguas indias e incluso se alentó el empleo del náhuatl como lingua franca. No obstante lo anterior, se calcula que al concluir la Guerra de Independencia, el número de hablantes de español rebasaba el 40 % de la población. Los indígenas seguían empleando mayoritariamente sus lenguas vernáculas.

A lo largo de todo el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, la política dominante en lo que refiere a la lengua nacional era la de castellanizar a los hablantes de lenguas indígenas. Como se deduce de los párrafos anteriores, no era una decisión nueva, sino la continuación de la tendencia impuesta por las leyes coloniales en el siglo XVII. El siglo XIX no vio mayores progresos en el afán de incorporar a los indios a la sociedad nacional, por medio de la supresión de sus culturas étnicas (y con ellas, sus idiomas). Sin embargo, con la masificación de la instrucción pública luego de la Revolución, la proporción de hablantes de español comenzó a crecer poco a poco. Al iniciar el siglo XX, los hablantes de español ya eran mayoría (aproximadamente ochenta de cada cien mexicanos). Entre 1900 y el año 2000, la mayor parte de los pueblos indígenas fueron castellanizados.

Español mexicano
Obviamente el español hablado en México no es homogéneo. Cada región tiene sus propios modismos, como ocurre en el resto de los países de habla hispana. Sin embargo, es posible hablar de algunas características que son más o menos comunes a todos los dialectos regionales que conforman aquello que, para acortar, es llamado dialecto mexicano del español. Por ejemplo, es notable la abundancia de voces de origen náhuatl, incluso en zonas donde esta lengua no era empleada de modo generalizado, como la península de Yucatán o el norte de México. Muchas de estas voces sustituyeron las propias de los conquistadores o las que fueron adquiridas por ellos en las Antillas, durante la primera etapa de la colonización hispana en América. Otras tantas fueron adoptadas porque los españoles carecían de palabras para referirse a algunas cosas que desconocían y que estaban presentes en el contexto de la civilización mesoamericana. Como ejemplo de lo anterior, tenemos...

Metate, del náhuatl métatl, que designa una piedra plana trípode sobre la que se muele el nixtamal, los chiles y cualquier cosa suceptible de convertirse en pasta. Todo metate va acompañado de un tejolote (del náhuatl texólōtl 'núcleo [de piedra] (ōlōtl) de moler (tes(i))', que es una piedra larga que sirve como rodillo para prensar los materiales dispuestos en el metate, por acción de la fuerza humana. El tejolote recibe el nombre alternativo de mano del metate.
Molcajete, del náhuatl molcáxitl, que literalmente significa recipiente para guisos, designa una herramienta de cocina, también de piedra, de forma cóncava y trípode que se emplea para moler alimentos y convertirlos en salsas. Va acompañado de su respectivo tejolote, o mano del molcajete. Algunos españoles de la época de la Conquista lo llamaban mortero, pues su uso y función es similar al de ese recipiente existente en Europa.
Nixtamal, del náhuatl nextamalli, literalmente empanada de maíz cocido con cal viva de concha nácar, es el nombre con que se conoce en México al maíz precocido con cal como paso previo a su molienda para la preparación de masa para tortillas. El agua de cal empleada en el proceso recibe el nombre de nexayote, najayote o nejayote (del náhuatl nexáyotl, que significa agua de ceniza).
Petate, del náhuatl pétatl. Literalmente designa un tejido de palma que en el resto de la América hispanoparlante y en España se conoce como estera. Derivado de petate es el verbo petatearse, que en México significa estirar la pata, y en modo menos coloquial, morirse.
Como los anteriores cuatro, ejemplos sobran en todo México. A ello hay que sumar la abundante toponimia de origen indígena que pasó a formar parte del habla cotidiana de los mexicanos hispanófonos y otras voces de origen indígena cuya extensión es de índole regional y que constituyen algunas de las diferencias entre las variedades locales del español mexicano.

Aparte del léxico, existen algunas particularidades fonológicas del español de México. Generalmente, los mexicanos tienden a suprimir la pronunciación de algunas vocales átonas y a la elisión en algunas palabras, especialmente cuando en una oración una palabra concluye en vocal y la siguiente comienza en vocal. Además, en contraste con los nativos de España, los mexicanos no tienen grandes dificultades para pronunciar conjuntos de dos consonantes seguidas, como [ks], [tl] y otras (aunque también es frecuente en algunos sociolectos el cambio de consonantes, como en [kl] en lugar de [tl], o bien, [ks]] en vez de [ps]). También hay que señalar que como en el resto de América Latina, el habla española de México se caracteriza por la ausencia del fonema /θ/, que se sustituye por /s/ ya que las dos sibilantes del español del siglo XVI convergieron en el español de América.

En México no existe el voseo, salvo en algunas regiones del sureste, donde se emplean tres pronombres para la segunda persona plural con connotaciones semánticas diferentes. Es general la distinción entre tú y usted, empleándose la segunda en las fórmulas de respeto o de conversación con personas a quienes no se conoce. Lo anterior vale especialmente para las generaciones adultas, puesto que entre los jóvenes tiende a desaparecer esta distinción. De igual manera, mientras los adultos suelen referirse a las acciones realizadas por ellos mismos con los pronombres uno o yo, cada vez se vuelve más general el uso de tú para este tipo de construcciones, supuestamente por influencia del inglés. Por eso, cuando uno podría decir que ha hecho tal o cual cosa, alguien más dirá que tú haces la misma cosa, pero refiriéndose a sí mismo.

Ya entrando en el campo de los anglicismos, se acusa que el mexicano es uno de los dialectos del español con un mayor número de voces de origen inglés. Sin embargo, como señala Grijelmo, esto es algo relativo, puesto que existen algunos conceptos para los que los mexicanos hispanófonos han elaborado voces castizas que, sin embargo, han sido calcadas del inglés en otras partes del mundo de habla hispana. Como ejemplo de lo anterior, en México los carros se estacionan, y no se aparcan, tal como se hace en España, donde sin embargo los "coches" se "alquilan", mientras en México los "carros" se "rentan" (cars are rented).
Lo problemático de no ser mexicano y sumergirse en un mundo de escritura mexicana del español es la lectura de la x, que ha sido motivo de múltiples comentarios de extranjeros que visitan el país. De modo general, se escribe con x todo término de origen español que así lo requiera, como excepción, existencia y muchos cientos más. En todos estos casos, la x se pronuncia como [ks], tal como señala la regla estándar. Pero en el caso de las voces indígenas, la regla no está tan estandarizada ni es necesariamente conocida por el resto de los hispanohablantes, aun cuando tiene sus orígenes en la Península Ibérica del siglo XVI.
LA GRAFÍA X POSEE EN MÉXICO CUATRO VALORES DISTINTOS:

El convencional, [ks], como en los ejemplos señalados antes o en Tlaxcala, el nombre de un estado y ciudad del centro del país (cuyo topónimo deriva del náhuatl Tlaxcallan, o Ciudad de las tortillas).
Un valor [ʃ], empleado en voces de origen indígena como mixiote (un guiso preparado en la película que recubre la penca del maguey), Holbox (nombre de una isla en el Caribe mexicano) y Xadani (población zapoteca del istmo de Tehuantepec).
Un valor [x], como en Xalapa (nombre de la capital de Veracruz) o axolote (un anfibio de los lagos del centro del país).
Un valor [s], como en Xochimilco (el famoso lago de la chinampería chilanga).
Si bien aquí se han señalado algunas características muy particulares y generales a casi todas las versiones del español de México, también se ha señalado (aunque no insistido en) que existen algunas peculiaridades regionales y sociales, que fragmentan el español mexicano en múltiples dialectos. Las variedades regionales poseen algunos rasgos que son muy específicos, y en algunos casos más que ser regionales son comunitarias (por ejemplo pueblos alejados o pequeñas rancherías con considerado aislamiento donde se preservan variedades extremadamente peculiares, en comparación con las mayoritarias; poblaciones de orígen mestizo, pero de gran antigüedad, que fueron castellanizándose desde hace mucho tiempo y gradualmente; y lo que tenemos son islas lingüísticas donde se habla, variedades de castellano bastante antiguo y regionalizado, que pueden ser como por ejemplo dialectos o hablas con influencias muy fuertes de voces asturianas o extremeñas -como terminaciones en u, en vez de en o; por ejemplo perru, en vez de perro; o pronunciar la h muda con sonido de j, o h aspirada-; formas de hablar el español que se aprendieron hace mucho tiempo y a lo largo de los siglos adquirieron características fonológicas y léxicas muy particulares y muy fuertes, particularmente influencias de las lenguas indígenas; particularmenteésto sucedió y subsiste hoy día en los estados del centro del país, como el Estado d México o Michoacán, donde la influencia fonológica y léxica en estas variedades que sobreviven en islas se debe en gran parte a lenguas originarias, en especial al náhuatl y al otomí-mazahua en el Estado de México o Purépecha en Michocán. Es común el uso de gran cantidad de léxico indígena para designar varios elementos -así como léxico español antiguo con formas verbales y de conjugacion también antiguas-, así como anteponer o posponer prefijos o sufijos en lengua indigena a las palabras castellanas p. ej. (típico en Rancherías como San José de los ranchos, en el Estado de México)"tabamus cinandu ipan chante y ps que ansina nomas que empeza a jedir el hueysoc aquel, y que se ensendie too el focu, y jedía mas, no ps el huey-sostote que me anda dando; ps si se abrasa toditu"). Para un recién llegado de fuera, muchas veces resulta en momentos difícil comprender la totalidad del discurso de los interlocutores lugareños). Algunas macrovariedades son perfectamente distinguibles y su extensión es más o menos amplia. Entre ellas están los dialectos empleados en el norte de México, en Occidente, el de la península de Yucatán, el del Distrito Federal (con variaciones graduales según sociolectos e influencias de otras regiones por la migraciòn) y las variedades de las costas.
Con alrededor de seis millones de personas hablantes de alguna lengua indígena, México alberga la mayor cantidad de personas hablantes de lenguas amerindias en América detrás de Perú. Sin embargo, en números relativos, la proporción de estas comunidades lingüísticas es menor en comparación con países como Guatemala (42,8%) y Perú (35%), e incluso a las de Ecuador (9,4%) y Panamá (8,3%) [2]. Excepción hecha del náhuatl, ninguna de las lenguas indígenas de México posee más de un millón de usuarios. El nahuatlahtohlli es la cuarta lengua indígena de América por el tamaño de su comunidad lingüística, detrás del quechua, el aymara y el guaraní.

PROCESO DE MARGINACIÓN DE LAS LENGUAS INDÍGENAS DE MÉXICO

Como se explicó antes, en el momento de hablar acerca del español, las lenguas indígenas fueron objeto de un proceso de marginación y relegación a los ámbitos domésticos y comunitarios de la vida social. Desde su llegada a la Nueva España, algunos misioneros se dieron a la tarea de registrar las lenguas de los indios, estudiarlas y aprenderlas, con el propósito de ayudar a una evangelización más eficiente. Con este último propósito, los misioneros de Indias propugnaron por la enseñanza de los indígenas en su propia lengua. De acuerdo con esa visión, Felipe II había decretado en 1570 que el náhuatl debía convertirse en la lengua de los indios de Nueva España, con la finalidad de hacer más operativa la comunicación entre los nativos y la colonia peninsular. Sin embargo, en 1696, Carlos II, estableció que el español sería el único idioma que podía y debía ser empleado en los asuntos oficiales y el gobierno del virreinato (Cifuentes, 1998). A partir del siglo XVII, los pronunciamientos a favor de la castellanización de los indios fueron cada vez más numerosos. Con ello, los colonizadores renunciaron a su vocación bilingüe, vocación que llevó en un primer momento a los misioneros y a los encomenderos a aprender las lenguas de los nativos. Esa necesidad de bilingüismo se trasladó entonces a los actores que articulaban las relaciones entre los niveles más altos del gobierno y los pueblos indígenas, es decir, la élite nativa encarnada en los caciques regionales.

A lo largo del período colonial, el español y las lenguas indígenas entraron en una relación de intercambio que llevó, por un lado, al español de cada región a conservar palabras de origen indígena en el habla cotidiana; y a las lenguas indígenas a incorporar no sólo palabras españolas, sino de otros idiomas indios y especialmente de las lenguas caribes.

Después de la consumación de la independencia de México, la ideología liberal dominante llevó a los encargados de la educación pública en el país, a implementar políticas educativas cuyo propósito era la castellanización de los indígenas. Según sus defensores, con la castellanización los indios quedarían plenamente integrados a la nación mexicana (una nación criolla, según el proyecto liberal decimonónico), en igualdad con el resto de los ciudadanos de la República. Salvo el Segundo Imperio Mexicano, encabezado por Maximiliano, ningún otro gobierno del país se interesó por la conservación de las lenguas indias durante el siglo XIX, ni siquiera el del único presidente indígena que ha tenido el país: Benito Juárez.

En 1889, Antonio García Cubas calculó la proporción de hablantes de lenguas indígenas en un 38% del total de la población mexicana. Si se compara con el 60% que estimaba una encuesta de población en 1820, es notable la reducción proporcional de los hablantes de lenguas nativas como componente de la población. Al final del siglo XX, la proporción se redujo a menos del 10% de la población mexicana. En el transcurso, más de un ciento de lenguas desaparecieron, especialmente las propias de los grupos étnicos que habitaban en el norte de México, en el territorio que corresponde aproximadamente con las macro-áreas culturales denominadas Aridoamérica y Oasisamérica. Sin embargo, a pesar de que en números relativos los hablantes de lenguas indígenas fueron reducidos a una minoría, en términos netos su población aumentó. En la actualidad representan más de siete millones de personas.

Antes de 1992, las lenguas indígenas no tenían ninguna especie de reconocimiento jurídico por la Federación. En ese año, el artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos fue reformado, con el propósito de reconocer el carácter pluricultural de la nación mexicana, y la obligación del Estado de proteger y fomentar las expresiones de esa diversidad. Siete años más tarde, el 14 de junio de 1999, el Consejo Directivo de la Organización de Escritores en Lenguas Indígenas presentó al Congreso de la Unión una Propuesta de Iniciativa de Ley de Derechos Lingüísticos de los Pueblos y Comunidades Indígenas, con el propósito de abrir un canal legal de protección de las lenguas nativas. Finalmente, la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas fue promulgada en diciembre de 2002. Esta ley contempla mecanismos para la conservación, fomento y desarrollo de las lenguas indígenas, pero también una compleja estructura que dificulta su realización (Cuevas, 2004: 13) MATCAB.
DE LA CASTELLANIZACIÓN A LA EDUCACIÓN INTERCULTURAL BILINGÜE

Por castellanización se entiende en México al proceso de adopción de la lengua española por parte de los pueblos indígenas. Como se señaló anteriormente, sus antecedentes de jure más remotos datan del siglo XVII, aunque no fue sino hasta el siglo XIX cuando alcanzó su máxima expresión, en el contexto de la República liberal. Con la generalización de la educación pública, la castellanización se hizo más profunda aunque ello no derivó en el abandono absoluto de las lenguas indígenas por parte de sus hablantes. En otros casos, la castellanización fue acompañada por el exterminio físico o el etnocidio; casos especiales son los yaquis (Guerra del Yaqui, 1825-1897), los mayas (Guerra de Castas, 1848-1901) y los californios[4] (cuyas lenguas se extinguieron a finales del siglo XIX, luego de una larga agonía que comenzó con el establecimiento de misiones católicas en la península). Los apaches[5] son un caso un poco diferente, aunque resistieron cualquier esfuerzo de castellanización desde el siglo XVII, entraron en conflicto abierto con españoles y mexicanos, e incluso con las demás etnias del norte (tarahumaras, sumas, conchos, tobosos). Esto se agudizó al ser empujados hacia el oeste por la expansión de Estados Unidos, causando el constante conflicto en los estados del norte de México y del sur de Estados Unidos(Guerra apache, durante todo el XIX).

La castellanización tenía como propósito eliminar las diferencias étnicas de los indígenas con respecto al resto de la población, para, en última instancia, integrarlos en "igualdad" de condiciones a la nación. En México, uno de los principales criterios históricos para la definición de lo indígena ha sido la lengua (el criterio "racial" sólo desapareció en el discurso oficial en la tercera década del siglo XX). Por ello, las estrategias para inducir el abandono de las lenguas indígenas estaba enfocado a la prohibición legal de su empleo en la educación, en la prohibición fáctica del ejercicio de la docencia para los indígenas (cuando un indígena llegaba a ser profesor, el gobierno se encargaba de reubicarlo en una comunidad donde no se hablara su lengua madre) y otras similares.

Contra lo que pensaban los defensores de la castellanización de los indígenas, su incorporación al mundo de habla española no significó una mejoría en las condiciones materiales de existencia de los grupos étnicos. La política de castellanización se tropezaba también con las carencias del sistema educativo nacional. Suponía que los educandos manejaban de antemano la lengua española, aunque en muchas ocasiones no ocurría de esta forma. Muchos indígenas que tuvieron acceso a la educación pública durante la primera mitad del siglo XX en México eran monolingües, y al prohibírseles el uso de la única lengua que manejaban, eran incapaces de comunicarse en el medio escolar. Por otra parte, los docentes muchas veces eran indígenas cuyo dominio del español también era precario, lo que contribuyó a la reproducción de las deficiencias competitivas entre los niños. En vista de lo anterior, en la década de 1970 se incorporó la enseñanza en lengua indígena en las zonas de refugio, pero sólo como un instrumento transitorio que debería contribuir a un aprendizaje más efectivo del español.

Durante la década de 1980, la educación bilingüe fue objeto de una promoción intensiva (en términos comparativos con períodos anterior, puesto que nunca ha constituido un sistema masivo en México). Pero aun cuando los propósitos seguían siendo los mismos (la incorporación de los indígenas a la nación mestiza y la castellanización), se enfrentaba desde entonces a las carencias que acusa el sistema de educación intercultural implementado en la segunda mitad de la década de 1990. A saber, que el profesorado asignado a zonas de habla indígena con frecuencia no domina el idioma indígena que hablan sus estudiantes. Por otra parte, sólo en fechas muy recientes la Secretaría de Educación Pública se preocupó por la producción de textos en lenguas indígenas, y sólo en algunas de ellas. La gran diversidad lingüística de México, aunada a las dimensiones reducidas de algunas comunidades lingüísticas, han conducido al sistema de educación intercultural bilingüe a enfocarse sólo en los grupos más amplios.
La mayor parte de los hablantes de lenguas indígenas en México son bilingües. Esto es resultado de un largo proceso histórico en que sus lenguas fueron relegadas a los ámbitos de la vida comunitaria y doméstica. Debido a ello, la mayor parte de los indígenas se vieron en la necesidad de aprender a comunicarse en español tanto con las autoridades como con los habitantes de las poblaciones mestizas, que se convirtieron en los centros neurálgicos de las redes comunitarias en que se veían integradas sus sociedades. A la declinación del número de monolingües entre los mexicanos hablantes de lenguas indígenas contribuyó también, como se ha señalado antes, la intensiva campaña educativa de corte castellanizante.

En la actualidad, existen comunidades lingüísticas donde menos del 10% de sus miembros hablan exclusivamente la lengua amerindia. Es el caso de la comunidad lingüística de los chontales de Tabasco, que apenas presentan un 0,13% de monolingües del total. Les siguen los yaquis (0,33%) mazahuas (grupo étnico del estado de México, caracterizado por su temprana integración en la red económica de grandes ciudades como México D.F. y Toluca), con 0,55% de monolingües; y los mayos de Sonora y Sinaloa, con 1,78%. Las comunidades con la mayor cantidad de indígenas monolingües son también aquellas donde el analfabetismo es más elevado o cuyo territorio étnico tradicional se localiza en las regiones más marginadas de México. Tal es el caso de los amuzgos de Guerrero y Oaxaca, con 42% de monolingües y 62% de analfabetismo; los tzeltales y tzotziles de los Altos de Chiapas, con 36,4% y 31,5% de monolingües respectivamente; y los tlapanecos de la Montaña de Guerrero, con 31,5% de monolingüismo.

En años recientes, algunas comunidades lingüísticas indígenas de México han emprendido campañas de rescate y revalorización de sus propias lenguas. Quizá la excepción sean los zapotecos de Juchitán, núcleo urbano de Oaxaca donde la lengua zapoteca tiene una fuerte presencia en todos los ámbitos de la vida desde el siglo XIX. Los movimientos reivindicadores de las lenguas indígenas han tenido lugar casi exclusivamente entre aquellos pueblos con elevado bilingüismo o que de una u otra manera se han insertado en la vida urbana. Este es el caso de los hablantes de maya yucateco, los purépechas de Michoacán, los nahuas de Milpa Alta o los mixtecos que viven en Los Ángeles.

Pero lo general es que las lenguas indígenas sigan relegadas a la vida familiar y comunitaria. Un ejemplo notable es el de los otomíes de algunas regiones del valle del Mezquital. Estos grupos se han negado a recibir instrucción en su propia lengua, dado que esos son conocimientos que se pueden aprender "en la casa", y que finalmente carecerán de utilidad práctica en la vida futura de los educandos. Lo que solicitan los padres en casos de este tipo es que la alfabetización de los niños indígenas sea en lengua española, dado que es un idioma que necesitarán para relacionarse en lugares distintos de la comunidad de origen. Porque aunque la ley mexicana haya elevado al rango de lenguas nacionales a las lenguas indígenas (más conocidas por el común de los mexicanos como dialectos, palabra empleada en el sentido de que no son verdaderas lenguas), el país carece de mecanismos para garantizar el ejercicio de los derechos lingüísticos de los indígenas. Por ejemplo, los materiales editados (textos o fonogramas) en estos idiomas son muy pocos, los medios de comunicación no prestan espacios para su difusión, salvo algunas estaciones creadas por el desaparecido Instituto Nacional Indigenista (actual Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas o CDI) en zonas con amplia población hablante de idiomas indios; y porque, finalmente, la mayor parte de la sociedad mexicana se comunica en español.

CLASIFICACIÓN DE LAS LENGUAS INDÍGENAS
El estudio de las lenguas indígenas comenzó desde la llegada misma de los españoles al territorio que actualmente ocupa México. Algunos de los misioneros, por encontrarse más cercanos a los nativos, advirtieron las semejanzas que existían entre algunas de las lenguas, por ejemplo, el zapoteco y el mixteco. En el siglo XIX, las lenguas nativas fueron objeto de una clasificación semejante a la que se realizaba en Europa para las lenguas indoeuropeas. Esta tarea fue emprendida por Manuel Orozco y Berra, intelectual mexicano de la segunda mitad del siglo XIX. Algunas de sus hipótesis clasificatorias fueron retomadas por Morris Swadesh a principios del siglo XX.

Uno de los grandes problemas que presenta el establecimiento de relaciones genéticas entre las lenguas de México es la falta de documentos escritos antiguos que permitan conocer la evolución de las familias lingüísticas. En muchos casos, la información disponible consiste en unas cuantas palabras registradas antes de la desaparición de un idioma. Tal es el caso, por ejemplo, del idioma coca, cuyos últimos vestigios lo constituyen algunas palabras de las que se sospecha pertenecen más bien a alguna variedad del náhuatl hablado en Jalisco. Swadesh calculaba que el número de idiomas hablados en el territorio mexicano llegaba a los ciento cuarenta. Actualmente sólo sobreviven sesenta y cinco.
Aunque el español es la lengua oficial de México, el inglés es usado ampliamente en los negocios. El dominio del idioma inglés es una característica muy demandada en la búsqueda de empleados profesionistas, lo cual ha llevado a un incremento exponencial en la cantidad de escuelas e institutos de enseñanza del inglés y la mayoría de las escuelas privadas ofrecen educación bilingüe e incluso lo que se ha demoninado "bi-cultural". También es un idioma importante y se habla en las ciudades fronterizas. El inglés también es el idioma principal de las comunidades de inmigrantes estadounidenses en las costas de Baja California, y en pequeños pueblos, como San Miguel de Allende o Chapala donde la población de origen estadounidense representa al 50% de la población.

No se tienen datos oficiales acerca de la presencia de otros idiomas no indígenas en el territorio mexicano. El INEGI los incluye dentro de la categoría Otras lenguas extranjeras, aunque en sus tabulados finales no se desglosan cuáles son esas lenguas extranjeras.

El Instituto Lingüístico de Verano calculaba que a mitad de la década de 1990 existían 70 mil hablantes de bajo sajón en la república. La mayor parte de ellos se asientan en los territorios semidesérticos de Chihuahua, Zacatecas, Durango, Tamaulipas y Campeche. De esa comunidad, menos de la tercera parte habla también español, lo cual se puede explicar por el aislamiento de la comunidad menonita con respecto a sus vecinos. Asimismo, aunque se estima que la población de gitanos en el país debía ascender a unos 16 mil individuos; el ILV calcula que de ellos, unos cinco mil hablan el idioma romaní o caló. Siempre según el ILV, en Coahuila habitan unos quinientos hablantes de afro-seminola, una lengua criolla basada en el inglés, originaria de la costa oriental de Estados Unidos. Esta comunidad llegó a México en 1849, en un número de 133 miembros, huyendo de persecuciones esclavistas e indígenas en Estados Unidos. Constituían los elementos restantes de la Rebelión Seminola de Florida, a la cual se integraron esclavos huyendo de sus amos. Cruzaron el Río Bravo en el área de Eagle Pass y colaboraron en las Guerras contra los Apaches entre 1849 y 1855. Al final la mayoría de los seminolas accedieron a regresar a Estados Unidos, quedándose en Coahuila principalmente los seminolas negros, estableciéndose en Nacimiento de los Negros, Coahuila hasta la fecha (2007). Sus derechos fueron reconocidos y confirmados por Porfirio Díaz, Venustiano Carranza y Lázaro Cárdenas.

Por otra parte, se sabe de la presencia de comunidades importantes de hablantes del francés, alemán, italiano, véneto, catalán, vasco, gallego, asturiano, árabe, chino, hebreo, griego, ruso, japonés y coreano, aunque el ILV no presenta datos que permitan exponer una cifra acerca de su peso en las estadísticas. En la misma situación se encuentran muchos grupos indígenas no nativos de México y cuyas lenguas no fueron consideradas nacionales por la legislación del país (cosa que sí ocurrió, por ejemplo, con las lenguas de los refugiados guatemaltecos). En este caso está una importante comunidad de ecuatorianos y peruanos hablantes de quechua asentados en el Distrito Federal y en el Estado de México.

Aunque México se reconoce, según sus leyes, como un país multicultural y determinado a la protección de las lenguas de sus diversos pueblos, no ha dado personalidad legal a las comunidades lingüísticas enumeradas en este apartado. La ley mexicana no contempla protección o promoción para estos idiomas, aun cuando forman parte de la identidad de un grupo de ciudadanos mexicanos. Cabe notar que en en este punto, la legislación mexicana es equiparable respecto a las legislaciones de la mayoría de los países occidentales, en donde las lenguas de inmigrantes relativamente recientes, o marginales poblacionalmente, tienden a no ser consideradas como lenguas nacionales en riesgo, y por lo tanto, dignas de protección.
La primera impresión que produce el español de México es que se trata de un habla conservadora. En efecto, no son pocos los casos en que el habla de México ha conservado modos antiguos de decir, sin dejarse influir por las innovaciones realizadas en otras zonas de la comunidad lingüística hispana. El hecho de que algunas voces o expresiones ya desaparecidas en el habla de España se sigan oyendo en México es la razón por la cual se ha señalado el arcaísmo como característica del español mexicano. Son arcaísmos respecto a España expresiones como: se me hace (me parece), ¿qué tanto? (¿cuánto?), muy noche, dizque, donde (usado como condicional en expresiones como: «Donde se lo digas, te mato»). Los arcaísmos resultan más evidentes en el vocabulario. Palabras ya olvidadas en España conservan vigencia en México: pararse (ponerse de pie), prieto, liviano, demorarse, dilatarse, esculcar, luego, recibirse (graduarse), etc.
A causa de la procedencia social de la mayor parte de los conquistadores y colonizadores españoles -soldados, expresidiarios, aventureros, etc.- pueden señalarse el vulgarismo y el carácter rústico como rasgos característicos del español de América. Sin embargo, la ciudad de México fue donde se formó el lenguaje más culto de la colonia. Con una gran capacidad de asimilación, muy pronto estuvo al nivel cultural de las más grandes ciudades españolas: nueve años después de la conquista, en 1530, tiene una imprenta, la primera de América, en 1537 comienza a ser corte de virreyes; en 1547 es cabeza de arzobispado, en 1553 inaugura su universidad, y su ambiente literario era muy atractivo para los escritores españoles. Por todas estas características, no es el vulgarismo el rasgo peculiar de su español, aunque no falten rasgos de carácter rústico. Entre ellos, tal vez el más importante sea el de convertir los hiatos (término con el que se denomina la combinación de dos vocales que son elementos constituyentes de sílabas contiguas y que no forman diptongo) en diptongos: pior (peor), poliar (pelear), cuete (cohete), pasiar (pasear), linia (línea).
No obstante, a pesar de que el español hablado en México se muestra conservador respecto al de España, no puede permanecer estacionario. Como toda lengua, está sujeto a las tendencias evolutivas, siguiendo un desarrollo paralelo al desarrollo del español de España, pero por caminos diferentes. Una vez arraigado en México, empezó a vivir una nueva vida y a adquirir una personalidad propia. A partir del siglo XVI empezó su desarrollo, alcanzando soluciones distintas a las obtenidas en España. Entre los cambios que experimentó el español de México, se cuentan:
  • desarrollo de las perífrasis del gerundio: «voy llegando» (acabo de llegar), «voy acabando» (estoy a punto de acabar), «vamos haciendo una cosa» (hagamos una cosa), «y un día, ¡que lo va viendo el profesor!»;
  • uso del adverbio siempre en el sentido de definitivamente: «siempre no voy a ir al cine»;
  • uso de la preposición hasta, que no expresa el límite de la acción, sino su inicio: «viene hasta las dos» (no viene hasta las dos), «hasta ayer lo compré» (apenas ayer lo compré);
  • abundancia de construcciones con el verbo andar: «se anda cambiando de casa», «anda todo el día sentado, sin hacer nada»;
  • adverbialización de adjetivos: «venía muy rápido»,«huele feo», «me cae gordo», etc.
En la diferenciación del español de México influyó el sustrato indígena, principalmente náhuati, sobre el que se depositó la lengua castellana. Sin embargo, si bien en el léxico su influencia es innegable, apenas se deja sentir en el terreno gramatical. En el vocabulario, además de los mexicanismos con los que se ha enriquecido la lengua española, como tomate, hule, chocolate, coyote, petaca, etcétera; el español de México cuenta con muchos nahuatlismos que le confieren una personalidad léxica propia. Puede ocurrir que la voz náhuatl coexista con la voz española, como en los casos de cuate y amigo, guajolote y pavo, chamaco y niño, mecate y reata, etc. En otras ocasiones, la palabra indígena difiere ligeramente de la española, como en los casos de huarache, que es un tipo de sandalia; tlapalería, una variedad de ferretería, molcajete, un mortero de piedra, etc. En otras ocasiones, la palabra náhuatl ha desplazado completamente a la española. tecolote, atole, milpa, ejote, jacal, papalote, etc. Son muchos los indigenismos que designan realidades mexicanas para las que no existe una palabra castellana: mezquite, zapote, jícama, ixtle, cenzontle, tuza, pozole, tamales, huacal, comal, huipil, metate, etc. Hay que hacer notar que la fuerza del sustrato náhuatl cada día hace sentir menos su influencia, ya que no hay aportaciones nuevas.
En cambio, la corriente de anglicismos, o sea, palabras del inglés incorporadas al español, va en continuo aumento. Hay muchas palabras del inglés que se usan tanto en América como en España: filmar, beisbol, club, coctel, líder, cheque, sandwich, etc, Pero en el español mexicano se usan otros muchos anglicismos que no se utilizan en todos los países de habla hispana. En este caso se encuentran: carro, checar, hobby, folder, overol, suéter, réferi, lonchería, closet, etc. Frente a esta corriente anglicista actúa el ideal de la lengua hispánica, el afán de propiedad expresiva, el sentido de comunidad lingüístíca con los demás países hispanohablantes. Todos estos factores se dejan sentir en México con gran fuerza, por lo cual no se presenta el temor por el porvenir inmediato de la lengua.
Bibliografía
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Warman, Arturo (2003): Los indios mexicanos en el umbral del milenio. Fondo de Cultura Económica. México. ISBN 968-16-7007-8
MEXICANISMOS
agua: agua de burbujas. f. Agua gaseosa (con bióxido de carbono). || agua de chía. f. Bebida hecha de agua, semillas de chía (género Salvia) y jugo de limón. || agua de jamaica. (Probablemente de Jamaica, país e isla de las Antillas.) f. Bebida hecha de agua y pétalos de flor de jamaica (Hibiscus sabdariffa). || agua de tlachichinole. (Del náhuatl tlachichinolli, literalmente = 'hierba para encender fogatas', de tlacotl 'vara' + chichinoa 'tostar, quemar'.) Infusión de hojas de tlachichinole (nombre de varias plantas o hierbas) que se utiliza medicinalmente. || agua fresca, véase aguas frescas (se usa generalmente en plural). || agua blanda en piedra dura, a la larga, cavadura. ref. La constancia acaba por lograr sus propósitos. || agua de las verdes matas. loc. El pulque. || agua de las verdes matas, tú me tumbas, tú me matas, tú me haces andar a gatas. ref. El pulque emborracha. || agua que no has de beber, déjala correr. ref. 1. Deja que otro aproveche lo que tú no necesitas. || 2. No hay que pretender algo que no se puede obtener. || ¡aguas! loc. ¡Cuidado! || aguas frescas. f. pl. Bebidas hechas de agua, jugo de fruta (o semilla de chía o pétalos de jamaica) y azúcar. Entre las frutas que se utilizan están: coco, fresa, guanábana, guayaba, limón, mango, melón, naranja, papaya, plátano, sandía, tamarindo, tuna. | ¡al agua, patos! loc. Hay que ejecutar las resoluciones tomadas. || buena es el agua, que cuesta poco y nunca embriaga. ref. de sentido claro. || cambiar el agua a las aceitunas. loc. fest. (De un hombre) orinar. || como agua para chocolate [o sea, hirviendo]. loc. Estar muy enojado, airado, agitado. || convertirse algo en agua de borraja, véase: hacerse algo agua de borraja [DRAE: en agua de cerrajas]. || cuando se revuelve el agua, cualquier ajolote es bagre. ref. Al alterarse el orden social, una persona de clase baja puede subir. || cuídate del agua mansa. ref. Ten cuidado con los que parecen tranquilos, que pueden ser hipócritas. || echar agua(s). loc. Dar aviso de que hay peligro. || hacerle a alguien agua la canoa. Ser invertido u homosexual. || hacerse algo agua de borraja. loc. Desvanecerse o frustrarse lo que se pretendía o esperaba [DRAE: agua de cerrajas]. || llegar el agua al pescuezo. Estar en peligro o en grandes dificultades. || llegarle a alguien el agua a los aparejos. Encontrarse en apuros, en dificultades. || lo del agua, al agua. ref. Lo robado no aprovecha y se pierde pronto. Dice la leyenda que un peón que llevaba a vender pulque a la ciudad lo vendía por el camino y reponía lo faltante con agua; con lo que había robado se compró un sombrero elegante. Cuando regresaba a la hacienda el viento echó el sombrero al agua del río, que se lo llevó. || más claro, el agua, o más claro que el agua. loc. Lo dicho (o lo visto) está claro. || ninguno debe decir "de esta agua no he de beber", véase nunca digas "de esta agua no he de beber". || no se puede chiflar y beber agua. ref. Es difícil hacer dos cosas a la vez. Compárese pinole. || no tiene agua la gallina para beber y convida al pato a nadar. loc. Quien no tiene ni lo indispensable no debe hacer invitaciones. || nunca digas "de esta agua no he de beber". loc. Nadie puede estar seguro de que no hará algo, por mucho que le repugne, o que no cometerá un error que censura en otro [DRAE 1956: nadie diga de esta agua no beberé]. || pedir alguien para sus aguas. loc. Pedir propina. || poco a poco se le saca el agua al coco. ref. Con paciencia y perseverancia se obtiene lo que se quiere. || quedarse algo en agua de borraja, véase, en este mismo artículo, hacerse algo agua de borraja. || solitas bajan al agua, sin que nadie las arree. ref. No es necesario tratar de conseguir lo que se desea pues sucede de todos modos. || volverse algo agua de borraja, véase, en este mismo artículo, hacerse algo agua de borraja [DRAE: volverse una cosa agua de cerrajas].

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