Rosaura Barahona
Ayer debí haber tomado el avión a Chihuahua a las 8:40 a.m. Hace tiempo soy clienta de un buen servicio de autobuses que me lleva directo al aeropuerto por menos de 100 pesos.
Antes de descubrir ese servicio, tomaba un taxi (250 pesos) o alguien de mi familia me llevaba, con lo cual contribuíamos a aumentar el flujo vehicular. Y, además, esa persona debía regresar por una carretera atestada por quienes vienen a trabajar de Apodaca a Monterrey.
Ayer tomé el autobús a las 6:30 y debí haber llegado al aeropuerto a las 7:15. Mi vuelo salía a las 8:40 y tendría tiempo para tramitar lo necesario con calma y desayunar. Pero ayer, lunes 20, fue el caos; en lugar de 45 minutos hicimos 2 horas y media.
La carretera a Miguel Alemán se convirtió en un gigantesco estacionamiento cuando el puente de Apodaca se anegó e incontables autos se quedaron atorados. Por otro lado, quienes tomaban las laterales para ir al o venir del aeropuerto a menudo terminaban a un lado de la carretera: el agua cubría los baches gigantescos y como muchos conductores no bajan la velocidad al pasarlos, sus carros resultaban con una o más llantas ponchadas.
Todos los pasajeros del autobús llamamos para preguntar si había noticias sobre algún accidente por ese rumbo. Nos informaron del anegamiento y nos imaginamos que perderíamos nuestro vuelo. Preguntamos si los vuelos estaban cancelados o pospuestos (había neblina) y nos dijeron que algunos, pero no todos. El mío salió a tiempo mientras yo estaba en medio del caos en un autobús paralizado.
Con ese caos se celebró el cumpleaños de ésta, supuestamente, moderna ciudad que se paraliza con un chubasco. De cualquier modo, al llegar a la nueva terminal B del Aeropuerto Internacional (favor de subrayarlo) Mariano Escobedo, nos bajamos del autobús y corrimos a buscar información fresca en los monitores.
En Aeroméxico, la fila para documentar era enorme. Y digo enorme con toda intención. Así, a primera vista, resulta mucho menos eficiente esta larga y lenta cola que las varias cortas de la terminal anterior.
Premier e Información tenían colas similares. Cuando supe que había perdido mi vuelo, decidí tomar un café. Ahí empecé a fijarme en la terminal. ¿Cuánto tiene de haber sido inaugurada con bombo y platillo? ¿Cuándo fue reconocida como una terminal a la altura de cualquier ciudad importante? Da pena ajena. ¡Se les olvidó impermeabilizar o quien impermeabilizó se embuchó la lana cobrada porque las goteras están por todos lados!
La terminal B puede ilustrar a la perfección el bicentenario del "a'i se va" a la mexicana. Debajo de las goteras más grandes estaban las afanadoras secando de manera continua, pero a lo largo de todo el primer piso y del segundo había botecitos, botesotes, cubetitas, cubetotas y envases de agua de un galón cortados a la mitad, y puestos a manera de recipientes para captar el agua que goteaba sin pudor alguno del techo de la flamante terminal.
Pero el caos no fue sólo en Apodaca; en Juárez la gente estaba casi atrapada sin poder salir hacia Monterrey; en Guadalupe, dirigirse a la ciudad se convirtió también en una odisea a vuelta de rueda y a salto de charcos.
¿Cómo es posible que esta aspirante a Ciudad del Conocimiento (ya se olvidó eso, ¿verdad?), esta supuesta Houston tercermundista, esta Ciudad grandota no pueda ser tratada con respeto y amor por quienes la cuidan?
Por eso, entre otras cosas, somos un pueblote: carecemos del drenaje pluvial reclamado desde hace años; se siguen autorizando y construyendo pasos a desnivel y avenidas sin desagües; se aprueban construcciones en cañadas o en zonas de deslaves y los insaciables fraccionadores llenan de infames edificios de departamentos las colonias destinadas a casas habitación, en una zona sin suficientes calles para que fluya el tránsito y con una sola entrada y una sola salida para todos.
Mi ángela de la guarda me mandó a un taxista que eludió el caos vial. Me trajo por Huinalá y salimos a un lugar en la carretera a Miguel Alemán en donde ya no había autos. Me cobró más, pero valió la pena. Mi otra opción era perder más de tres horas en el regreso por el camino más conocido.
Pobre Monterrey... ¡qué cumpleaños!
rosaurabster@gmail.com
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