Rubén Mendoza Rodríguez comenta desde Veracruz que ‘‘ante la avalancha de reformas, apabullante, inmisericorde e irreflexiva, permanecemos absortos, impávidos, inamovibles, pasivos, estupefactos y demás sinónimos relacionados; sin duda nuestros legisladores, poseedores de un conocimiento rústico pero efectivo, saben, desde hace mucho, que el mexicano ha dejado de responder a la aplicación constante de estímulos aversivos y contrarios a su bienestar, y acepta lo que le impongan sin chistar.
En mi fuero interno, ante el asalto en despoblado que estamos sufriendo, siento un frenesí que busca salida; me molesto, me enervo, quiero manifestarlo, gritarlo, buscar consensos y luchar en contra; pero después de tanto brinco, surge de mí la sensación de que nada de lo que haga encontrará eco, que nadie me seguirá, que nunca pasaremos de las palabras. ¿Por qué?, ¿acaso forma parte ya de nuestra constitución genética?, ¿necesitaremos, como antaño, un caudillo que nos guíe?, ¿o será sólo cuestión de fuerza de voluntad y amor propio?’’
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