Nube de etiquetas

actitud Africa África Agricultura Alemania Alfonso Reyes América amor antidepresivo Arabia Argentina arte Asia Astronomía Blake Borges Brazil Bush CAINTRA cambio climático Canada canción Cardenal censura Centroamerica Chiapas Chile China chistes cinismo Clima Colombia corrupción Cristo Cuba cuentos cultura depresión Diógenes discriminación dolor Durango ecología Economía Édith Piaf Eduardo Galeano educación emigrantes esclavitud escritura España Español Esperanto Estados Unidos estereotipos estrategia Europa exilio Facebook Facundo Cabral familia Felipe filosofía Francia Gandhi Gates Geografía gobierno Google Grecia griego guerra hábitos Hernando de Alvarado Tezozómoc higiene hijo historia Holanda iglesia impuestos India ingenieros Inglaterra internet Irak Iran Irlanda Israel Italia ITESM Izcoatl JALIL GIBRÁN Japón Jesús Jordania José López Alavés José Martí José Vasconcelos Calderón Joseito Fernandez karate latin lenguaje Leonardo da Vinci ley Libano libertad literatura Machado Maiz Manu Chao Manuel Bernal Marcos Mario Benedetti Mario Vargas Llosa matemática maya medio ambiente mexica México Mictlan Miguel Hernández Miguel León Portilla Mistral mito Mixteca Monterrey muerte música náhuatl Nahuatlaca narcotrafico NASA naturaleza Nervo Nezahualcóyotl Nicaragua Nuevo León Oaxaca Ortografía Otomí Pablo Neruda Palestina Paraguay paz PEDAGOGÍA Persia Perú podcast poder poesía política propaganda Puebla Puerto Rico racismo religión rezo Robert Frost Rodolfo Usigli Roma rusia Sally Davies salud Salvador Novo seguridad Serrat sexo Shakespeare Silvio sistemas Sonora Suiza surrealismo Tamaulipas tecnología Teōtihuácān terrorismo Theodore Roosevelt tolteca Turquia Uruguay Venezuela ventas Veracruz Vermeer vida video violencia Washington Olivetto woods Yahoo

jueves, 5 de julio de 2012

el fuego nuevo




En la mitología griega, las Pléyades (en griego Πλειας Pleias, ‘muchas’; Πλειάδες Pleiades, ‘hijas de Pléyone’; o Πελειαδες Peleiades, ‘hijas de palomas’) eran las siete hijas del titán Atlas y la ninfa marina Pléyone, nacidas en el monte Cileno. Son hermanas de Calipso, Hiante, las Híades y las Hespérides. Junto con las siete Híades eran llamadas Atlántidas, Dodónidas o Nisíadas, niñeras y maestras del infante Dioniso. Las Pléyades eran ninfas en el cortejo de Artemisa, compartían la afición por la caza de ésta, y como ella intentaban mantener su virginidad.

Existe cierto debate sobre el origen del nombre «Pléyades». Anteriormente se aceptaba que derivaba del nombre de su madre, Pléyone. Sin embargo, es más probable que provenga de πλεϊν, ‘navegar’, pues el grupo de estrellas homónimo es visible de noche en el Mediterráneo durante el verano, de mediados de mayo hasta principios de noviembre, lo que coincidía con la temporada de navegación en la antigüedad. Esta etimología fue reconocida por los antiguos, incluyendo a Virgilio (Geórgicas i.136–8).
Las Pléyades debieron haber tenido considerables encantos, pues varios de los más importantes dioses olímpicos (incluyendo a Zeus, Poseidón y Ares) mantuvieron relaciones con ellas, relaciones que inevitablemente acarrearon el nacimiento de varios hijos:
En el cúmulo abierto de las Pléyades sólo seis de las estrellas brillan intensamente. La séptima, Mérope, lo hace débilmente porque está eternamente avergonzada de haber mantenido relaciones con un mortal, Sísifo. Algunos mitos también dicen que la estrella que no brilla es Electra, en señal de luto por la muerte de Dárdano, aunque otras pocas versiones dicen que se trata de Estérope.

Tras ser Atlas obligado a cargar sobre sus hombros con el mundo, Orión persiguió durante cinco años a las Pléyades, y Zeus terminó por transformarlas primero en palomas y luego en estrellas para consolar a su padre. Se dice que la constelación de Orión sigue persiguiéndolas por el cielo nocturno. Según otras versiones de la historia, las siete hermanas se suicidaron porque estaban tristísimas por la suerte que había corrido su padre, Atlas, o bien por la pérdida de sus hermanas, las Híades. Tras esto Zeus las inmortalizaría subiéndolas al cielo.



Las Pléyades (que significa "palomas" en griego), también conocidas como Objeto Messier 45, Messier 45, M45, Las Siete Hermanas o Cabrillas, Los Siete Cabritos, es un objeto visible a simple vista en el cielo nocturno con un prominente lugar en la mitología antigua, situado a un costado de la constelación Tauro.

Las Pléyades son un grupo de estrellas muy jóvenes las cuales se sitúan a una distancia aproximada de 450 años luz de la Tierra y están contenidas en un espacio de treinta años luz. Se formaron hace apenas unos 100 millones de años aproximadamente, durante la era Mesozoica en la Tierra, a partir del colapso de una nube de gas interestelar. Las estrellas más grandes y brillantes del cúmulo son de color blanco-azulado y cerca de cinco veces más grandes que el Sol.



Los mayas basaron su calendario sagrado Tzolkin, en el ciclo anual de las Pléyades (el mismo, para efectos prácticos, que para cualquier estrella o constelación), y creen que es el lugar de origen de su cultura, son llamadas Tzab-ek o cola de Serpiente de Cascabel, y también las conocen como Las Siete Hermanas.



Los aztecas conocian a las Pléyades como Tianquiztli ("el mercado"), esto por la muchedumbre que se formaban antes en los mercados y su semejanza con las estrellas de esta constelacion.2  Al Fuego Nuevo lo celebraban cada 52 años, cuando la constelación de las Pléyades o Cabrillas, llamados por ellos Tianquiztli (por la semejanza con una multitud como en los tianguis) pasaban por el zenit a media noche. Todo quedaba en silencio, a oscuras, pues se pensaba que al terminar el ciclo podría también terminar la vida y el mundo. Un sacerdote  en el Cerro de la Estrella ubicado al Sureste de la Ciudad de México, en Iztapalapa, sacrificaba a un guerrero extirpandole el corazón y ofreciendolo a los cielos. Si la constelación se detenía significaría el fin del mundo y que el sacrificio fue rechazado por los dioses. Al cerciorarse de que esto no ocurría, se encendía el Fuego Nuevo en el hueco del cadáver dejado por el corazón extraído con la esperanza de que, por lo menos, la vida duraría otros 52 años. Al encenderse el Fuego Nuevo se tocaba el teponaztli, el atabal, la chirimía y se hacía oir el ronco sonar del caracol, para anunciar el inicio del nuevo ciclo; la alegría se manifestaba con danzas y embriagueces. Era una ceremonia impresionante, narrada por quienes estudiaron las costumbres de los pueblos primitivos, sobre todo Sahagún.



Los movimientos astrales eran sumamente importantes para los antiguos mexicanos que tenían un conocimiento profundo del año solar y de los ciclos de Venus y de las Pléyades. Pensaban que el Sol podía perecer, y esto hacía "del mundo un escenario de tensiones y para prevenir los destinos adversos, era vital conocer los ciclos del Sol y de todos los cuerpos celestes que, de un modo o de otro, se muestran en relación con él: la Luna, la gran estrella (Venus), Tianquiztli (las Pléyades), Mamalhuaztli (Cinturón y espada de Orión), Cólotl (Escorpión), Colotlixáyatl ("Rostro de Escorpión"), Citlalxanecuilli (¿Osa menor?), Citlaltlachtli ("Juego de pelota de las estrellas"), y otros cuerpos celestes identificados como distintas constelaciones", dice don Miguel LeónPortilla.

César A. Sáenz nos da datos muy interesantes en su libro "El Fuego Nuevo", sobre esta ceremonia: "El fuego se producía al hacer girar fuértemente y con las palmas de ambas manos, un palo cilíndrico dentro del agujero de un madero rectangular, ya que el roce intenso entre las dos maderas secas producía lumbre." "Al madero en forma rectangular los aztecas llamaban teocuahuitl (madero divino) que también era conocido, como xiuhcoatl; el palillo cilíndrico terminaba en forma semicónica, especie de asta o saeta, y se halla dibujado en los Códices en forma de flecha y al cual le nombraban mamalhuaztli (lo que perfora o taladra). Xiuhcoatl mamalhuaztli era también la designación que se aplicaba al conjunto de ambas maderas..."


"En cuanto a la conmemoración del ,siglo' o ciclo de 52 años éste existió, igual que el año de 365 días y el Tonalpohualli de 260 días, desde muchos siglos anteriores al de cualquier pueblo de origen nahua -y desde luego de los aztecas- pues ya eran conocidos con anterioridad por los mayas, de manera que los demás pueblos mesoamericanos lo adoptaron precisamente de los rnayas.



En la conmemoración que se llevaba a cabo cada 52 años hacían los de México y toda la comarca -dice Sahagún- una gran fiesta que se llamaba toxiuh molpilia (atadura de los años), que coincidía con el xiuhtzitzquilo (comienzo del Año Nuevo).

Hecha la lumbre se encendía una gran hoguera que podía verse desde Tenochtitlan, donde sus habitantes ofrecían penitencia o autosacrificio...

"De la hoguera tomaban el fuego -que antes había sido apagado en todas partes- y lo llevaban en teas de pino a los diferentes pueblos cercanos y los de México lo conducían al Templo de Huitzilopochtli y luego a los aposentos de los sacerdotes y ministros de los ídolos. De allí lo tomaban los habitantes de la Ciudad y lo llevaban a sus respectivas casas, y lo mismo hacían los sacerdotes de otros pueblos".

Posiblemente la tradición ubicaba el primer Fuego Nuevo en Xochicalco, presumiblemente en una especie de congreso de pueblos, pues en los bajorrelieves de la Pirámide aparecen glifos nahuas, zapotecos y teotihuacanos, así como la representación de personajes en estilo maya, con tocados en forma de cabeza de serpiente emplumada. Si se retrocede siete u ochos ciclos de 52 años a partir de 1507, como parecen sugerirlo símbolos de Xochicalco, podemos ubicar el primer festejo del Fuego Nuego en 1143 ó 1091.



De acuerdo a Aveni,3 la salida heliaca4 de las Pléyades da inicio al año Inca, lo que ocurre unos 13 a 15 días antes del solsticio de invierno. Ellos vieron una relación entre el tiempo en que las Pléyades son visibles y el ciclo agrícola anual. De esta manera uno de los nombres con que designaban al cúmulo era Collca, que significa depósito de alimentos en quechua.5 Las Pléyades están ausentes del cielo nocturno entre el 3 de mayo y 9 de junio, durante un período de 37 días, período que coincide con el que media entre la cosecha y la próxima época de siembra en el altiplano.

La observación de la primera aparición de las Pléyades no sólo definía el inicio del año Inca, sino también les permitía pronosticar las precipitaciones en la siguiente temporada y según esto adelantar o atrasar las siembras.

No hay comentarios.: